miércoles, 15 de agosto de 2012

La nueva nacionalidad







La nueva nacionalidad.

¿Qué es un Inmigrante?

Inmigración es la entrada a un país o región de personas que nacieron o proceden de otro lugar. Representa una de las dos opciones o alternativas del término migración, que se aplica a los movimientos de personas de un lugar a otro y estos desplazamientos conllevan un cambio de residencia bien sea temporal o definitivo. Las dos opciones de los movimientos migratorios son: emigración, que es la salida de personas de un país, región o lugar determinados para dirigirse a otro distinto e inmigración, que es la entrada en un país, región o lugar determinados procedentes de otras partes. De manera que una emigración lleva como contrapartida posterior una inmigración en el país o lugar de llegada.


Se calcula que hay en España 2.5 millones de inmigrantes y que a su vez, España tiene 1.7 millones de emigrantes en el Mundo. Si las normas de reciprocidad en diplomacia se aplican, España debería replantear su “nueva” visión sobre la migración. Los países de origen imperialista que han aplicado políticas colonialistas, además de sustraer las riquezas de esas colonias, han expandido su cultura y su “sangre”, generando en ellas ciudadanos propios auténticos. 



Pero tal vez, antes de hablar de migración deberíamos entender el concepto de nacionalidad.



Nacionalidad es un concepto polisémico de gran importancia en las ciencias sociales, el derecho privado, el derecho constitucional y las relaciones internacionales; que puede referirse a:

Nacionalidad jurídica, administrativa o de pasaporte: la pertenencia de una persona a un ordenamiento jurídico concreto. Este vínculo de un individuo con un Estado genera derechos y deberes recíprocos; y para el constitucionalismo contemporáneo implica el concepto de soberanía nacional.

Nacionalidad social, identitaria o de sentimiento: la pertenencia a un grupo social de fuerte personalidad identitaria (el carácter nacional de un pueblo), que se identifica con el concepto (también polisémico) de nación, especialmente en el contexto del nacionalismo que se impone como ideología constitutiva del estado-nación a partir del siglo XIX. La identificación de este concepto con el anterior depende de la aplicación del denominado principio de nacionalidad (identidad entre nación y Estado), que históricamente se pretendió generalizar en Europa tras la Primera Guerra Mundial (como consecuencia de los denominados 14 puntos de Wilson) y en la mayor parte del mundo tras la Segunda Guerra Mundial (procesos de descolonización); tal pretensión en ambos casos demostró ser imposible de realizar en la práctica, dada la multiplicidad de identidades y confusión entre diferentes comunidades, culturas, lenguas, religiones, territorios y fronteras.

Diferente según la legislación de cada país, las variantes pueden resumirse en tres principios jurídicos expresados en latín: 

Lus sanguinis: derecho de sangre, la nacionalidad se adquiere como consecuencia de haber nacido de unos determinados progenitores (poniendo como requisito la nacionalidad de la madre, del padre o de ambos). Toma como base los nexos familiares de raza y tradición. La nacionalidad es la de los padres, aunque el hijo haya nacido en el extranjero.

Lus soli: derecho de suelo, la nacionalidad adquiere por el lugar de nacimiento, independientemente de la nacionalidad de los padres.

Lus domicili: derecho de domicilio, la nacionalidad se adquiere por el lugar de domicilio, vecindad o residencia legal, poniendo como requisitos determinados plazos o criterios de arraigo (propiedad, trabajo, etc.).



Es curioso todo esto y llamó mi atención cuando en el aeropuerto de Barajas, impedían la entrada a una chica de “nacionalidad” argentina cuyos apellidos eran Pérez González, que con visado concedido no llevaba consigo tarjeta de crédito, ni mucho dinero en efectivo.



En la nacionalidad jurídica, esta persona tiene generados derechos y deberes recíprocos con el Estado que le expidió el pasaporte (en este caso Argentina). La nacionalidad social, nos habla de la pertenencia a un grupo social de fuerte personalidad identitaria (el carácter nacional de un pueblo). Supongo que de los apellidos Pérez González es fácil de comprender su descendencia o sentimiento de pertenencia transmitido por sus progenitores, que son descendientes directos de españoles emigrados a Argentina y seguramente en contra de su voluntad (ya sea por temas políticos o económicos). 



Si nos detuviéramos a pensar un momento qué es lo que genera un flujo de migración y las causas que lo conforman, deberíamos hacernos las siguientes preguntas:



¿No les da la impresión que aquellos que dicen perjudicarse por la inmigración y la combaten, son los mismos que la ocasionan? 



¿Es ilegal formar parte del 77% de la población Mundial que pretende participar del beneficio económico que genera un sistema capitalista globalizado que concentra la riqueza en un 23% de la población Mundial, en base a la explotación de ese 77%? 



¿Tiene algún valor la cultura que se transmite de generación en generación “lus sanguinis”, como forma de identidad o perpetuidad de un determinado grupo social? 



¿Cómo se entiende la nacionalidad cuando en un caso como España por dar un ejemplo, la mayoría de las comunidades, por “lus sanguinis” quieren renunciar a ella y reclaman su propia nacionalidad? ¿Si esto sucediera, se deja de ser español por una simple firma de un documento? ¿Y en tal caso, sería español un canario y no un vasco o un catalán? 



¿Qué pasó con los países de la antigua Yugoslavia? ¿De un plumazo nacieron nuevos sentimientos de pertenencia a nuevas nacionalidades? 



 ¿Es un andaluz en Cataluña un inmigrante?



¿Es más español un hijo de un Pérez Gonzáles nacido en Canarias que de un Pérez González nacido en Argentina?



¿Únicamente el nacer en España hace a un español? 



En la historia hay innumerables ejemplos de la aplicación de la nacionalidad como herramienta de posesión de producto más que riqueza cultural. En la época del Imperio romano el Emperador Trajano nació en Itálica la Bética (hoy Provincia de Sevilla, Andalucía), si seguimos la lógica de hoy día los italianos deberían reconocer que uno de los emperadores más importantes de su historia fue español. 



Creo que todos estos cuestionamientos recaen en conceptos medievales que aún hoy, conforman a las sociedades modernas, de otra forma, el gran flujo de migraciones dejaría sin sentido el concepto de nacionalidad y de ser así, los ejércitos se verían como lo que son, funcionarios mal pagos de los regímenes imperialistas que sostienen la productividad del negocio armamentístico. 



Desde el punto de vista institucionalista, el feudalismo fue el conjunto de instituciones creadas en torno a una relación muy específica: la que se establecía entre un hombre libre (el vasallo), que recibía la concesión de un bien (el feudo) por parte de otro hombre libre (el señor), ante el que se encomendaba en una ceremonia codificada (el homenaje) que representaba el establecimiento de un contrato silalagmático (de obligaciones recíprocas). Esta serie de obligaciones recíprocas, militares y legales, establecidas entre la nobleza guerrera; giraba en torno a tres conceptos clave: señor, vasallo y feudo. Entre señor y vasallo se establecían las relaciones de vasallaje, esencialmente políticas. En el feudo, entendido como unidad socio-económica o de producción, se establecían relaciones de muy distinta naturaleza, entre el señor y los siervos; que desde la historiografía marxista se explican como resultado de una coerción extraeconómica por la que el señor extraía el excedente productivo al campesino. La forma más evidente de renta feudal era la realización por los siervos de prestaciones de trabajo (corveas o sernas); con lo que el espacio físico del feudo se dividía entre la reserva señorial o reserva dominical (donde se concentraba la producción del excedente) y los mansos (donde se concentraba la producción imprescindible para la reproducción de la fuerza de trabajo campesina). En otras formas, los siervos se obligaban a distintos tipos de pago; como una parte de la cosecha o un pago fijo, que podía realizarse en especie o en moneda (forma poco usual hasta el final de la Edad Media, dado que en siglos anteriores la circulación monetaria, y de hecho todo tipo de intercambios, se reducían al mínimo), a los que se añadían todo tipo de derechos y monopolios señoriales.



Si cambiamos feudo por mercado laboral, siervos por obreros, señor por patrón, renta feudal por impuestos… no hay mucha diferencia con la estructura de hoy día. 


En una sociedad drogada por los medios de comunicación manipulados con su información condicionada, en donde el juicio crítico carece de autenticidad por alimentarse de datos erróneos (concientemente diseñados para dar una concreta direccionalidad al silogismo) y no tiene posibilidades de ejercerse como herramienta constructiva individual auténtica, hablar de democracia como un ejercicio de “libre” elección, es insultar al lector. 


Todo esto me lleva a concluir que la nacionalidad más que un sentimiento que se le vende al pueblo para obtener su complicidad, más que una identidad cultural, más que un sentimiento de pertenencia; es una repartición de impuestos para las clases gobernante. Es decir: repartidos u otorgados los feudos financieros en donde señores tienen permitido lucrar exentos de moral y ética, se aplica a la clase obrera el impuesto fijo (plantilla de trabajo) o bien porcentual (autónomo). El señor feudal no paga impuesto fijo, tiene las herramientas creadas para no hacerlo, paga un porcentaje que acuerda con la realeza o clase dominante que no es otra cosa que el excedente de lo cobrado a la clase obrera (los mansos). Esta última debe estar sana y preparada para realizar las labores que enriquezcan al señor, para ser productivos (por ello sanidad y enseñanza gratuita existen, por más que el término gratuito sea irreal ya que se paga en los impuestos). Cabe tener en cuenta que el concepto de obrero que nace en la era industrial y se asocia con empleado de fuerza, hoy implica también a facultativos o doctorados. El entender esto cambia radicalmente el punto de vista ya que cae el telón del título universitario como excelencia de estatus social que permitía acceder a trabajos bien remunerados por su poca oferta. Estamos en un mercado de oferta y demanda, la apertura de las Universidades no ha tenido otro fin que bajar los costes de los profesionales (mas oferta de servicios profesionales = menos coste de los mismos), y éstos, van en camino del proletariado del nuevo sistema. 



En resumen, un inmigrante deja de serlo cuando paga sus tributos al feudo donde habita, paga por sus derechos de nacionalidad, tributa por permitírsele estar dentro de ese feudo. Entrar al mercado laboral implica comenzar a aportar tributos o impuestos. Los derechos se pagan no se obtienen por simple “derecho”. 



Cuando un Estado con un gran historial de emigrantes, niega el derecho de “lus sanguinis” a los inmigrantes que descienden de éstos, directamente niega el derecho “lus soli” (nacionalidad por nacimiento) a sus emigrantes, puesto que se refiere a sus descendientes directos. La nacionalidad es efectiva cuando satisface la necesidad de pertenencia del individuo porque desarrolla su instinto de preservación y defensa de su habitad. Cuando hay un continuismo cultural que genera tipologías de vida diferentes, culturas o sociedades propias, cuando el pluralismo cultural es la mayor riqueza de la humanidad. 



Cuando el verdadero motivo de la nacionalidad es el cobro de los tributos en el feudo en que se habita y no el sentimiento de pertenencia del migrado a su cultura de cuna que lo conforma como ser social, la identidad se valora en el TENER y la cultura predominante es el consumo. Por decirlo de otra forma, hoy día los pasaportes no deberían portar el nombre del país al que pertenecen, para ser coherentes, deberían llevar el nombre de la moneda que representan.